Opinión
El tiempo huele a musgo

En algún sitio nebuloso de la red cuentan que George Miller ideó el universo de Mad Max después de observar cómo la gente enloqueció durante una crisis de escasez de gasolina en Australia. Ahí nacieron estos conductores desquiciados que están dispuestos a cometer las más escabrosas atrocidades con tal de obtener un poco de combustible.
Más allá de si la anécdota es real o no, y con la debida distancia que se debe tener ante el escenario distópico planteado en la saga, un matiz de auténtica lucidez se cuela entre el rugido de los coches oxidados que atraviesan las dunas desérticas: porque la gente sí enloquece cuando no hay gasolina.
Desde las compras irracionales alimentadas por el pánico, el estrés transformado en golpizas a mitad de una fila de espera, hasta la irresponsabilidad de irse a meter a un chorro del altamente flamable combustible. Todo ejemplifica que la línea entre fantasía y realidad se puede diluir con una facilidad pasmosa hasta dar paso a uno de esos juegos de encuentra las diferencias.
La ficción adquiere entonces una practicidad sutil pero sustancial, se hace tan necesaria como la medicina, la economía, la política o cualquiera de las otras ciencias que hacen que el mundo gire y gire… aunque quieran menospreciarla con copy/pastes de películas de superhéroes y mundos postapocalípticos rellenos (del verbo empanada, diría Casciari) de zombis y cuentos de amor entre adolescentes creciditos y bonitos. Pero la fantasía debe ser más compleja, porque en ella reposa una responsabilidad social.
María Jesús Orozco Vera, de la Universidad de Sevilla, ubica a la fantasía en el plano de la transgresión, una respuesta directa con la cual hacer frente al dominio positivista del realismo y la verdad científica como única aspiración válida del conocimiento humano; porque este género, a través de artificios metafóricos, visuales, musicales, etc., puede dotar de una multiplicidad de sentidos a un particular extracto del mundo real , o lo que sea que eso signifique. Y es en esta reconstrucción de sentidos donde la fantasía adquiere su magia y su capacidad para trascender y cuestionar.
Porque más allá del tema central alrededor del cual gire cualquier obra, en su interior se escabulle una suerte de mundo filtrado con las preocupaciones particulares del autor y del contexto histórico-material en el cual se desenvuelve; de tal forma que la ficción puede terminar por ser un reflejo muy fiel de un momento particular.
En palabras del ruso Gueorgui Plejánov: “cuanto más grande es la literatura, con tanta mayor fuerza y clarividencia depende el carácter de la obra del carácter de su época”.
Así, obras como El señor de los anillos traspasan la barrera de una historia de magos y dragones para exteriorizar el miedo a una revolución donde las máquinas desplazaron a las personas y las proezas tecnológicas constituyeron el máximo promotor de las dos guerras más cruentas que ha enfrentado la especie. De esta forma, la fantasía, en su naturaleza anárquica (en el sentido Bakuniano de la palabra), rompe las estructuras y se adentra en algunas de las fibras más sensibles de una sociedad, hasta convertirse en un termómetro crítico desde el cual cuestionar y plantear la necesidad de virar cuando se está a punto de encallar.
Las consecuencias de ignorar y menospreciar a la ficción están en la misma ficción, George Orwell en 1984 vislumbra un mundo (no muy alejado de la realidad actual), donde el ser humano ensimismado en las cuestiones prácticas e inmediatas acaba por volverse esclavo, miserable e ignorante, de una hegemonía omnipresente.
Por lo tanto, en un mundo cada día más dividido, donde la explotación de personas por personas a cambio de satisfacciones inmediatas ha puesto al planeta en jaque y ensanchado la brecha entre quienes tienen todo y quienes, en verdad, no tienen nada; ahora que el mundo reciente el colapso de las promesas de prosperidad y retrocede a la satisfacción de los discursos nacionalistas de una ultraderecha que hace menos de un siglo estuvo a punto de arruinarnos a todos; ahora que se viralizan los posicionamientos de odio al otro, al de abajo, al diferente.
Es justo ahora que la fantasía necesita recobrar aire y cimbrar con interrogantes indecentes a una sociedad absorta en la industria de la cultura rápida y light ; con propuestas que revoloteen en la mente de estos ciudadanos sin brújula que identificó Castoriadis, porque al hacer del enriquecimiento económico el máximo ideal en la vida perdimos el rumbo y nos redujimos al consumo en una atmósfera de conformismo donde prosperaron los libros de autoayuda como rastro sintomático de un sistema en descomposición.
Pero para combatir es que existen los mundos imaginarios, con su capacidad para abstraernos del entorno inmediato, de forma que nos obliga a contemplarnos y redimensionarnos, tanto en lo individual como en lo colectivo; aunque sí, puede que parezcan meras utopías, pero como dijo Eduardo Galeano: “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para avanzar…” o al menos para incomodar… total, el tiempo nunca dejará de oler a musgo.
Opinión
Eternamente bella en manos de un “especialista”

Todos nos hemos topado con noticias o fotografías de cirugías estéticas cuyos resultados fueron catastróficos. Las imágenes son alarmantes cuando los pacientes tuvieron la suerte de salir con vida del quirófano, y es que desde 2011, el Estado renunció a la responsabilidad de otorgar la certificación que avala la pericia, conocimiento y experiencia de los médicos especialistas, y lo dejó en manos de una asociación civil.
México se encuentra entre los cinco países del mundo en que se practican más intervenciones de este tipo. Especialistas de la UNAM lo ubican en el tercer lugar, mientras que la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética, lo ubica en el quinto.
Lo más lógico, es que ante el aumento exponencial de este tipo de intervenciones (80 por ciento en los últimos 20 años), el gobierno incrementaría la supervisión de los médicos especialistas que las practican y, por ende, la protección a los usuarios.
Pero, como en muchas ocasiones, la lógica no es necesariamente el mecanismo de gobierno. Desde el sexenio de Felipe Calderón, la certificación se dejó en manos del Comité Normativo de Consejos de Especialidades Médicas A.C. (CONACEM). (No es la Secretaría de Salud ni de Educación ni siquiera una facultad universitaria).
Si bien existen riesgos de caer en manos de charlatanes que no tienen una instrucción médica, y la responsabilidad de revisar las credenciales es del paciente, el Estado debe garantizar al 100 por ciento la capacidad del galeno, por lo que en los albores de la denominada Cuarta Transformación, la congruencia sería regresar esta facultad a una entidad gubernamental.
Resulta inverosímil que ante el déficit de especialistas médicos en el país, la certificación y los procesos para otorgarla, permanecen sin vigilancia alguna en manos de una “A.C.” que, además, tampoco brinda certeza sobre el destino de los recursos que recibe.
Según datos públicos, CONACEM y sus 47 Consejos de Especialidades Médicas reciben recursos del orden de los 376 millones de pesos al año, los cuales bien podrían destinarse a instituciones públicas que en nada les vienen mal ante el decreto general de austeridad.
Además, al entregar una responsabilidad tan importante a un organismo privado, México ha ido en contra de las experiencias internacionales, por ejemplo, en países como España o Estados Unidos la certificación en cualquier área de la salud corre a cargo de una Junta Nacional de Examinadores Médicos bajo control y supervisión del National Board of Medical Examiners (en el caso de EU) en manos del gobierno, quien elabora y administra los exámenes y mantiene una base de datos a disposición del médico y las instituciones que requieran la corroboración de su estatus.
Otra vertiente que los señores de la 4T deberían analizar, es que en los últimos años se han creado una gran cantidad de soluciones y tratamientos mínimamente invasivos, ya sea inyectados o a través de anestesia local, que genera una mayor demanda ante una recuperación más veloz, sin embargo, la comercialización de estos servicios requiere de médicos especialistas que ofrezcan plena seguridad en el procedimiento.
Según cifras de la Asociación Americana de Cirugía Plástica, del 2000 al 2016 se registró un aumento de 180 por ciento en estos tratamientos. ¿Ante un alza tan pronunciada, no debería el gobierno tener plena vigilancia y actuación en la certificación de todos los médicos?
Hay investigaciones de instituciones serias que han corroborado que por cada médico especializado existen 15 personas que se ostentan como especialistas sin serlo, estos emplean insumos tales como aceites, parafinas, o silicón industrial, situación que puede provocar enfermedades, amputaciones o incluso la muerte… ¡La muerte!
El gobierno, a través del presidente López Obrador, ha levantado polémicas al cortar servicios de estancias infantiles, pues se detectaron irregularidades en el destino de recursos que se entregaron a particulares, además de que se ha anunciado que los recursos del erario irán directamente a los beneficiarios y se eliminará la intermediación de organizaciones civiles que no pueden ser completamente trasparentes.
¿Será la certificación médica uno de los rubros que deben revisarse y reorientarse? Yo creo que sí. (Al menos habría menos polémica y más apoyo del gremio médico).
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